El calafate es un arbusto espinoso endémico de la Patagonia chilena y argentina, cuyo fruto comestible hoy es un verdadero símbolo de lugares como Punta Arenas y Aysén, en nuestro país, y El Calafate o Ushuaia, en Argentina. Su consumo se ha popularizado en estas zonas como fruta fresca o en la preparación de mermeladas e incluso como licor.
Sin embargo, si bien se conocen sus propiedades antioxidantes, los estudios sobre su potencial medicinal aún son escasos. Esto motivó a investigadores del Departamento de Nutrición de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile a profundizar sobre los beneficios que podría tener el consumo del calafate, labor que desarrollan hace más de diez años con la colaboración de académicos, tesistas de magíster y doctorado y profesionales.
En el marco de este trabajo, el equipo de científicos -liderado por el académico Diego García- se adjudicó un proyecto Fondecyt el año 2017 para profundizar esta línea de investigación. Los estudios desarrollados desde entonces han permitido avanzar hacia importantes resultados, los que han sido publicados recientemente en revistas como Food Bioscience y Journal of Berry Research. Uno de los principales hallazgos sobre este fruto rico en polifenoles fue la identificación de propiedades para prevenir la obesidad y el desarrollo de resistencia a la insulina, condición asociada a la aparición de diabetes.
El académico de la U. de Chile explica que el trabajo realizado sobre modelos animales ratificó lo observado en pruebas anteriores implementadas a nivel celular. Estos ensayos iniciales permitieron al equipo identificar que el maqui y el calafate eran los berries nativos con mayor capacidad antioxidante y antiinflamatoria. “Luego apuntamos a identificar las propiedades del calafate porque tenía menos investigación detrás, además de un mayor contenido en antioxidantes. Es decir, presentaba mucho potencial, pero poco desarrollo”, afirma.
El estudio se enfocó en la administración de una pequeña cantidad de extracto de calafate a ratones alimentados con una dieta alta en grasas. Esta labor concluyó que un tratamiento de largo plazo con esta dosis disminuía los niveles de estrés en el tejido adiposo, favorecía una menor resistencia a la insulina y un mejor control glicémico, y permitía bajar la ganancia de peso entre un 25 y 30 por ciento. Dicho de otra forma, aquellos animales que consumieron calafate desarrollaron menos sobrepeso. Estos beneficios también fueron comprobados, aunque en órdenes de magnitud distintos, en pruebas sobre animales que ya presentaban obesidad.
Aumento del consumo energético
La obesidad se define como una acumulación de grasa, acompañada de un aumento del Índice de Masa Corporal (IMC), producto de un desbalance entre la energía que consumimos y la que gastamos. Cuando ocurre ese excedente, la diferencia energética se acumula en nuestro organismo como grasa, específicamente como “tejido adiposo blanco”. Pero en nuestro cuerpo también existe otro tipo de grasa conocida como “tejido adiposo pardo”, la que tiene una importante función termogénica, es decir, permite la regulación de la temperatura corporal. La coloración y capacidad térmica de este tejido ocurre por su alto contenido en mitocondrias, organelos que están relacionados precisamente con la generación de energía.
Diego García detalla que, debido a su función termogénica, los recién nacidos tienen una masa significativa de “tejido adiposo pardo”, pero que en adultos este se va perdiendo y queda restringido a zonas específicas como detrás del cuello, sobre las clavículas y alrededor de las vértebras. ¿Pero qué tiene que ver esto con el calafate? El estudio demostró que aquellos animales que consumieron el extracto de este berry experimentaron un aumento del “tejido adiposo pardo” en las mismas zonas del cuerpo donde se encuentra en humanos. También se registró un aumento en la actividad molecular de este tejido por parte de los animales tratados con el fruto.
Los hallazgos no pararon ahí. El trabajo detectó, además, un proceso de “pardeamiento” del “tejido adiposo blanco” en proporciones significativas. El investigador de la Universidad de Chile explica que esta grasa blanca acumuladora del excedente energético “se transdiferencia en células parecidas a las del tejido adiposo pardo, con sus mismas funciones, y que se llaman ‘adipocitos beige’. Es como una célula intermedia. Ese proceso, que se llama pardeamiento, se había descrito asociado a factores como el frío o algunos componentes de la dieta”. De esta manera, plantea, “nuestras conclusiones son que existe una relación entre estos animales que no presentan tanto sobrepeso y la activación del tejido adiposo pardo preexistente, y también en el pardeamiento del tejido adiposo blanco que se transforma en beige. Aparecen ambos eventos al mismo tiempo”.
Estos resultados abren un importante frente de investigación específico sobre el tejido adiposo pardo y beige y el consumo de este tipo de matrices. Por esta razón, indica, “vamos a profundizar en estudiar la liberación de hormonas del tejido adiposo pardo que, junto a este aporte sobre nuestro gasto energético, podría explicar también su aporte a la homeostasis. Explicar bien este proceso es muy relevante para el desarrollo de soluciones”.
Hacia un producto en base a calafate
El trabajo desarrollado por los investigadores de la Facultad de Medicina de la U. de Chile hoy cuenta con diferentes líneas de profundización. Uno de estos focos apunta a materializar un producto con potencial de comercialización, a partir de un proyecto Fondef VIU liderado por la ex tesista de doctorado y actual académica del Departamento de Nutrición de la Casa de Bello, Francisca Echeverría. La idea es desarrollar un producto tangible, atractivo para el consumo y que contenga la dosis que el equipo proyecta para futuros ensayos clínicos en humanos. “Durante el primer semestre del 2022, deberíamos tener una primera versión de este producto y esperamos ir adjudicando más financiamiento para avanzar en la parte científica. Las opciones después pueden ser transferencia a una empresa o generación de un spin off”, comenta Diego García.
El académico destaca, por otra parte, que el objetivo también es dar valor agregado a este alimento ancestral y local. “El propósito de este Fondef es generar un aporte económico y social. La gente de la zona, los recolectores, los que manufacturan productos artesanales, industrias, todos se ven beneficiados por un hallazgo de este tipo. Aumenta el interés científico, público y privado por levantar soluciones, y eso puede beneficiar a un importante número de personas de nuestro país, que de hecho pueden aumentar significativamente. También es importante que se financien iniciativas ligadas al desarrollo agronómico, porque eso va a asegurar que exista más materia prima que permita sustentar una mayor producción de productos derivados”, agrega.
En el frente científico, el equipo espera próximamente dar el salto hacia pruebas clínicas en humanos, trabajo que estará enfocado en tratar con calafate a personas que ya padecen obesidad y/o diabetes. Actualmente, están evaluando los efectos de un consumo agudo del extracto de calafate y sus implicancias en la microbiota intestinal (estudio en modelo animal liderado por la tesista de Doctorado y también académica del Departamento de Nutrición, Lissette Duarte). Además, analizan un listado de 18 moléculas que se producen en el cuerpo a partir del consumo de calafate para identificar aquellos compuestos de mayor proyección, gracias al financiamiento de un proyecto Enlace Fondecyt de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo (VID) de la U. de Chile. «Conociendo esto, podemos proyectar soluciones de una manera mucho más certera. Esto permitiría enfocarse en un ingrediente, un nutracéutico, un fármaco o plantear una recomendación de consumo general del fruto», explica Diego García.
Frente a los promisorios resultados, en tanto, aclara que estos estudios no plantean el consumo de calafate como un tratamiento definitivo contra la obesidad o para evitar el desarrollo de resistencia a la insulina, más bien ofrece una solución complementaria a otros métodos como la regulación de la dieta y la actividad física. De todas formas, asegura, «lo importante es que se ha comprobado la existencia de este fenómeno termogénico, la pérdida de peso y la actividad molecular que activa el calafate». Por esta razón, afirma que aún queda mucho trabajo por delante, estudiando el efecto de distintas dosis y probar distintas versiones de un producto que pueda complementar las estrategias actuales que apuntan a mejorar la salud de la población.
El académico destaca también que el proyecto ha permitido formar a una importante masa de nuevas y nuevos investigadores en este campo. Además de las dos estudiantes de doctorado ya mencionadas, esta línea de investigación ha sido fundamental en la especialización de Amanda Ramírez, Magíster del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA) de la Universidad de Chile; Juan Francisco Orellana, tesista de magíster en la misma unidad académica; Vanessa Villanueva, quien cursa la última etapa de Magíster en la Facultad de Medicina, además de estudiantes de pregrado.