Sociedad Chilena de Pediatría advierte sobre riesgos del consumo de alcohol y drogas en adolescentes

La Sociedad Chilena de Pediatría (Sochipe) advierte sobre los riesgos del consumo de alcohol y drogas en adolescentes o menores de edad, remarcando que en Chile se presenta una relación directa entre la baja percepción de riesgo que implica el uso de sustancias tóxicas y el aumento de una ingesta abusiva.

Mientras el cerebro es joven y está en desarrollo, está inmerso en un proceso llamado “poda neuronal” que no es más que el refinamiento de toda la comunicación sináptica entre las neuronas, favoreciendo su mejor comunicación y funcionamiento.

Si se comienza a consumir drogas o alcohol a edades tempranas, la poda neuronal, que termina pasados los 20 años, se ve muy afectada, ya que la droga daña esta función de la corteza prefrontal, que es la encargada de dar un tono moral y ético a nuestro comportamiento, ocasionando que haya un dominio de los actos impulsivos y que se le otorgue mayor valor a la recompensa inmediata que provoca estar bajo los efectos de cualquier droga, sin pensar en las consecuencias.

Es decir, se tiene un cerebro impulsivo que no es capaz de reconocer los riesgos, que se habitúa a recompensas inmediatas en vez de una cultura de esfuerzo, generando la aparición de adicción.

Disminuyen las edades de inicio

El consumo de alcohol entre jóvenes se ha popularizado. Es más, con el paso del tiempo la edad de inicio de consumo ha ido disminuyendo, siendo el promedio alrededor de los 13 años.

Aunque se conocen bien los efectos inmediatos de una intoxicación alcohólica, se habla muy poco de los profundos cambios que provoca en el desarrollo cerebral de los niños y adolescentes el consumo habitual de alcohol, aun sin caer en dependencia. Estos efectos son además especialmente notorios y tienen mayor efecto mientras más jóvenes se inicien en el consumo.

El alcohol causa un aplanamiento de la actividad del sistema nervioso. En pequeñas dosis, el efecto depresor puede producir un aumento de la sensación de euforia y bienestar ya que afecta primero algunos procesos inhibitorios que normalmente utilizamos para regular y hacer adecuada nuestra conducta. Es por ello que facilita la socialización y por lo que la gran mayoría de la gente consume alcohol de manera recreativa.

Sin embargo, a dosis más elevadas de alcohol aparecen efectos depresivos, con alteración del nivel de consciencia, lentitud mental y física, pérdida de parte del raciocinio y de las funciones ejecutivas en general.

Además del riesgo de intoxicaciones agudas graves (desde un coma etílico hasta incluso la muerte por paro cardiorrespiratorio), y la dependencia que puede provocar el consumo de alcohol a cualquier edad, se ha de tener en cuenta que el cerebro adolescente aún se encuentra en período de desarrollo. Así, el consumo de sustancias con propiedades psicoactivas puede producir graves alteraciones estructurales y funcionales en su cerebro.

Los efectos: muerte neuronal

Los efectos más claros se dan en partes del cerebro vinculadas al aprendizaje, la memoria y las funciones más desarrolladas.

El alcohol altera la formación de nuevas neuronas, y las conexiones entre ellas pueden dañarse e incluso detenerse, produciendo graves dificultades en la capacidad de reconocimiento y la memoria a corto plazo. Los principales problemas se dan a nivel de la capacidad de “grabar” y almacenar nueva información, que puede llegar a ser irreversible.

El lóbulo frontal es la parte del cerebro más vinculada al control de impulsos, la planificación y en general las funciones de interacción social más avanzadas, afectando asimismo a algunas facetas de personalidad.

El consumo continuado de alcohol, a largo plazo produce un elevado nivel de degeneración y muerte neuronal especialmente en el área prefrontal. Y al igual que en otras zonas, se ha comprobado que, en cerebros en desarrollo, como los de los adolescentes, el nivel de muerte neuronal es mucho mayor que en otras etapas.

Esto puede provocar que a futuro tengan problemas de control de los impulsos, disminuyendo su capacidad de comportarse adecuadamente, con lo que a la larga adoptan una actitud más agresiva e impulsiva.

También suelen tener una menor capacidad de concentración y planificación de lo esperable, por lo que se afecta la inteligencia. Por último, a largo plazo, disminuye la capacidad de fijación de metas y de automotivación, haciendo más probable la caída en estados depresivos, de ansiedad y suicidio.

“Ayúdalos. La única forma de revertir esta grave situación que viven nuestros hijos es involucrándonos todos, principalmente los padres. Y, como ya lo dice el viejo adagio, siempre será mejor PREVENIR que lleguen a esta situación”, plantea la Sochipe.

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