Dormir es como una especie de reset en el organismo. Un reinicio del sistema operativo humano, donde las células aprovechan para descansar, reponerse o arreglarse. Es una función imprescindible para la vida y cuando falla, se abre una caja de pandora para la salud difícil de cerrar. Una revisión científica publicada este martes en la revista Science Signaling ha puesto el foco en los efectos metabólicos que tiene la falta de sueño en el organismo y ha constatado que esta privación de una función tan vital como el dormir golpea de lleno la salud de todo el cuerpo, incluido el cerebro: según los autores, dormir mal altera el funcionamiento metabólico de muchas células, entre ellas, las neuronas, y eso tiene un impacto también en la cognición y en la memoria a largo plazo. Los efectos metabólicos descritos por la falta de sueño son similares a los observados en enfermedades neurodegenerativas, como el alzhéimer.
Perder una noche de sueño, por tanto, no deja solo cansancio o malhumor pasajero. La huella puede ser mucho más profunda. El insomnio (entendido como dormir menos de cinco horas o tener el sueño fracturado, según los expertos) ya se ha asociado con un mayor riesgo de obesidad, enfermedad cardiovascular o diabetes tipo 2, dolencias todas vinculadas a una disfunción metabólica —esto es, a un desequilibrio en los procesos del organismo para producir y usar energía y mantenerse saludable—. El nuevo estudio ahonda en esa relación entre insomnio y metabolismo y concluye que, en situaciones de privación de sueño, hay células que priorizan destinar su gasto energético a la supervivencia celular, lo que provoca un déficit de combustible para poner en marcha otras actividades “metabólicamente exigentes”, pero no esenciales, como la formación de la memoria a largo plazo.
Ante un sueño insuficiente, el metabolismo del cuerpo se vuelve patas arriba. Se desregula la homeostasis energética —el punto de equilibrio entre la energía que entra y la que se gasta para que el organismo funcione correctamente— y se desencadena una especie de efecto dominó en el que algunos procesos vitales empiezan a fallar. Por ejemplo, explica Ana Fortuna, coordinadora de la Unidad del Sueño del Hospital Sant Pau de Barcelona, “no se elimina bien la glucosa, hay una alteración de las hormonas que regulan la saciedad, se favorece la inflamación, el estrés oxidativo…”. Y todas esas alteraciones metabólicas pueden tener una repercusión cardiovascular y neurodegenerativa.
Los autores de la revisión científica, un grupo de científicos de la Universidad de Saint Joseph (Estados Unidos), han desgranado la evidencia sobre el impacto de esa disrupción metabólica en distintas partes del organismo, desde los ritmos circadianos y las células del corazón y del hígado, hasta las neuronas. Nada se libra de los efectos del insomnio. Tampoco las células del cerebro.
Dormir es, en palabras del neurólogo experto en sueño Alejandro Iranzo, “como una papelera de reciclaje, con recuerdos que tiras o almacenas”. Es un momento que el cerebro aprovecha para desechar memorias que no importan. Pero también para potenciar el aprendizaje y fijar recuerdos relevantes almacenados durante la vigilia. Durante el sueño, además, se produce una especie de barrido de toxinas que se acumulan en las carreteras del cerebro, un sistema de higiene clave para mantener la salud neurológica. Un desbarajuste en el sueño golpea de lleno ese mecanismo de limpieza cerebral y altera por completo el equilibrio energético de un órgano con necesidades de combustible para funcionar especialmente altas — el cerebro consume aproximadamente el 20% del oxígeno total y el 25% de la ingesta total de glucosa del organismo para mantener su funcionamiento normal—.
Relación con la neurodegeneración
Los investigadores explican que el impacto de los desequilibrios provocados por el insomnio es diverso entre los distintos tipos de células. Pero apuntan que en algunas con alta actividad metabólica, como son las neuronas, la falta de sueño altera su funcionamiento y deteriora, por ejemplo, procesos que requieren mucha energía, como la creación de sinapsis —conexiones entre neuronas—. Esos cambios metabólicos por la falta de sueño son similares a los que se observan en enfermedades neurodegenerativas, como el alzhéimer o el párkinson.
De alguna manera, la disminución en la duración del sueño, el deterioro de la función metabólica y la neurodegeneración, son vasos comunicantes. De hecho, hay trastornos del sueño, como la apnea o los del sueño REM, que son marcadores tempranos de enfermedades neurodegenerativas, como el párkinson o la demencia por cuerpos de Lewy.
“El insomnio se ha caracterizado con un factor de riesgo para trastornos neurodegenerativos como la enfermedad de Alzheimer y la de Parkinson; y, además, se correlaciona con un mayor riesgo de hipertensión, hiperglucemia y obesidad. Tanto en pacientes con alzhéimer como con párkinson, la alteración del sueño se produce antes de la aparición de otros síntomas y se asocia con una mayor carga sintomática. Sorprendentemente, los perfiles metabólicos del alzhéimer y del párkinson son similares a los observados tras la privación del sueño, especialmente en relación con la producción de energía y el estrés oxidativo”, reflexionan los científicos en el artículo.
Los autores consideran que estas similitudes “podrían indicar” que todos esos cuadros tienen, en el fondo, mecanismos metabólicos asociados. “Tras la privación del sueño, existe evidencia de un balance energético negativo y mayor estrés oxidativo en neuronas y glía [otro tipo de células cerebrales]. Estos mismos efectos se observan en alzhéimer y párkinson a nivel patológico, lo que en última instancia resulta en una disfunción mitocondrial grave y muerte celular”. Los autores consideran “imperativo” comprender con exactitud las consecuencias metabólicas de la falta de sueño para prevenir y tratar estos y otros trastornos neurodegenerativos. “Los cambios metabólicos extremos observados en los trastornos neurodegenerativos sugerirían que las consecuencias metabólicas de la pérdida de sueño se acumulan con el tiempo”, abundan.
El sueño no se recupera
No están claras las repercusiones metabólicas a largo plazo de la pérdida de sueño continuada. Lo que sí saben los científicos es que el sueño no se recupera fácilmente. Un ejemplo: el no dormir modula las ondas agudas del hipocampo, un elemento crucial para la consolidación y recuperación de la memoria. “En humanos, dos noches de sueño de recuperación no son suficientes para recuperar por completo los déficits de memoria o conectividad hipocampal observados tras una sola noche de privación total de sueño. Por lo tanto, un episodio aislado de pérdida de sueño puede provocar efectos metabólicos duraderos, lo que perjudica la capacidad de recuperación tras una mayor pérdida de sueño”, señalan los científicos en el artículo.
María José Martínez Madrid, coordinadora del grupo de trabajo de Cronobiología de la Sociedad Española del Sueño, defiende que, como mucho, “se puede recuperar el sueño de una o dos noches atrás”. No más. “El daño metabólico por el déficit de sueño acumulado o la acumulación de tóxicos no se pueden limpiar”, advierte. Y eso tiene consecuencias, aunque el impacto real a largo plazo no está claro, admite: “Se sabe menos del sueño que de la superficie de Marte. Nos queda por saber qué ocurre exactamente mientras dormimos y las consecuencias a largo plazo de no hacerlo”. La Sociedad Española de Neurología estima que entre el 20% y el 48% de la población tiene problemas para dormir.
En cualquier caso, de lo que no hay duda es de la sacudida que genera sobre el organismo la falta de sueño. El desajuste metabólico es tal, que los autores de la revisión científica han apostado por un título sugerente en su artículo y definen directamente la falta de sueño como “un trastorno metabólico” en sí mismo.
Martínez Madrid discrepa ligeramente y matiza que, más bien, lo pertinente sería decir que “la pérdida de sueño actúa como un factor precipitante o un mecanismo causal que conduce a alteraciones metabólicas”. Ante una privación del sueño, explica, “el cuerpo entra en modo ahorro, quema peor la energía y favorece el almacenamiento de grasa”. “A largo plazo, estas alteraciones pueden contribuir al desarrollo de obesidad o diabetes tipo 2. Aunque decir que la pérdida de sueño es un trastorno metabólico puede sonar impactante, bajo mi punto de vista, lo más preciso es que la falta de sueño actúa como un potente disparador de desequilibrios metabólicos”, reflexiona la científica, que no ha participado en este estudio. Fortuna, en cambio, defiende ese punto de provocación: “Lo que pretenden es que se le dé importancia a la falta de sueño. Que se valore el sueño igual que miras el azúcar. El insomnio es un desencadenante, pero está en el centro de muchos mecanismos”.