Los seres humanos del siglo XXI pasan la mayor parte de su tiempo en interiores, pero el aire que respiramos dentro de los edificios no está regulado en la misma medida que los alimentos que comemos y el agua que bebemos. Un grupo de 39 científicos de 14 países, advierten de que esto debe cambiar para reducir la transmisión de enfermedades y prevenir la próxima pandemia.
A través de la revista Science los expertos reclamaron un “cambio de paradigma” en la lucha contra los patógenos transmitidos por el aire, como el SARS-CoV-2. En este sentido, los científicos exigen el reconocimiento universal de que las infecciones respiratorias pueden prevenirse mejorando los sistemas de ventilación en interiores.
Los autores indican que existe una gran disparidad en la forma en que pensamos y abordamos las diferentes fuentes de infección ambiental. “Durante décadas, los gobiernos han promulgado una gran cantidad de legislación y han invertido en la inocuidad de los alimentos, el saneamiento y el agua potable para fines de salud pública“. Por el contrario, indican que los patógenos transmitidos por el aire y las infecciones respiratorias, ya sea la influenza estacional o el Covid-19, “se abordan de manera bastante débil, si es que se abordan, en términos de regulaciones, estándares y diseño y operación de edificios, relacionados con el aire que respiramos“.
Los científicos sugieren que el rápido crecimiento en nuestra comprensión de los mecanismos detrás de la transmisión de infecciones respiratorias debería impulsar un cambio de paradigma en la forma en que vemos y abordamos la transmisión de infecciones respiratorias para “protegernos contra sufrimientos innecesarios y pérdidas económicas“.
“El aire puede contener virus al igual que el agua y las superficies“, recuerda la coautora Shelly Miller. “Tenemos que entender que es un problema y que necesitamos tener, en nuestra caja de herramientas, enfoques para mitigar el riesgo y reducir las posibles exposiciones que podrían ocurrir por la acumulación de virus en el aire interior“, añade Miller, también profesora de ingeniería mecánica y ambiental de la Universidad de Colorado (Estados Unidos).
El documento llega menos de dos semanas después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconociera que el SARS-CoV-2 se propaga predominantemente por el aire, y 10 meses después de que la OMS reconociera la posibilidad de transmisión por aerosol y 239 científicos firmaran una carta abierta a las comunidades médicas y los órganos de gobierno sobre el riesgo potencial de transmisión por el aire.
En el artículo los científicos piden a la OMS y otros órganos de gobierno que se reconozca que la prevención de infecciones respiratorias como la reducción de enfermedades transmitidas por el agua o los alimentos es un “problema manejable“. Así, creen que se pueden reducir mucho las infecciones respiratorias, pero hasta ahora no se probado excepto en los hospitales. Indican que existen muchas técnicas que pueden mejorar en gran medida la calidad del aire interior, mientras se equilibra el consumo de energía, que se debe minimizar debido al cambio climático.
El cambio en las normas de ventilación debería ser similar en escala a la transformación que se produjo en el siglo XIX. En concreto, cuando las ciudades empezaron a organizar el suministro de agua potable y los sistemas de alcantarillado centralizados. Además, corregiría un “importante error científico” que surgió en la misma época.
Cuando los londinenses morían de cólera en la década de 1850, los científicos suponían que la enfermedad se transmitía por el aire. Sin embargo, el médico británico John Snow descubrió que la causa eran los microorganismos presentes en el agua contaminada. Del mismo modo, el médico húngaro Ignaz Semmelweis demostró que lavarse las manos antes de dar a luz reducía en gran medida las infecciones posparto. Estos descubrimientos encontraron una gran resistencia en su momento. A pesar de ello, los científicos acabaron acordando que en estos casos, el agua y las manos, pero no el aire, eran el vector de la enfermedad.
A principios del siglo XX, el experto en salud pública estadounidense Charles Chapin atribuyó erróneamente las infecciones respiratorias contraídas en la proximidad de otras personas a las grandes gotas producidas por una persona infectada, que caen rápidamente al suelo. En consecuencia, afirmó que la transmisión por el aire era casi imposible.
Sin embargo, en 1945, el científico William Wells publicó un artículo en la revista predecesora de ‘Science‘, en el que se lamentaba de que mientras invertíamos en desinfectar el agua y mantener limpios nuestros alimentos, no habíamos hecho nada por nuestro aire interior, dada la negación de la transmisión aérea. Sus investigaciones sobre el sarampión y la tuberculosis pusieron en tela de juicio esta noción en el siglo XX, pero no la rompieron.
Ahora que la investigación sobre el SARS-CoV-2 ha sacado finalmente a la luz que muchas enfermedades respiratorias pueden transmitirse por el aire, los investigadores sostienen que debemos tomar medidas.
La incomprensión durante mucho tiempo de la importancia de la transmisión de patógenos por el aire ha dejado un gran vacío de información sobre la mejor manera de construir y gestionar los sistemas de ventilación de los edificios para mitigar la propagación de enfermedades, con la excepción de algunas instalaciones de fabricación, investigación y médicas.
En cambio, los edificios se han centrado en la temperatura, el control de los olores, el uso de la energía y la calidad del aire percibida. Así, aunque existen directrices de seguridad para sustancias químicas como el monóxido de carbono, actualmente no hay directrices a nivel mundial, que regulen o proporcionen normas para mitigar las bacterias o los virus en el aire interior resultantes de las actividades humanas. “El aire de los edificios es un aire compartido: no es un bien privado, es un bien público. Y tenemos que empezar a tratarlo así“, recuerda Miller.
Lidia Morawska, autora principal del artículo y directora del Laboratorio Internacional para la Calidad del Aire y la Salud de la Universidad Tecnológica de Queensland, en Australia, afirma que hay que dejar de pensar que no podemos permitirnos el coste del control.
Según Morawska, los sistemas de ventilación también deben estar controlados por la demanda. Así, se pueden ajustar a las distintas ocupaciones de las salas y a las diferentes actividades y ritmos de respiración, como hacer ejercicio en un gimnasio o sentarse en una sala de cine. Para los espacios que no puedan mejorar la ventilación hasta un nivel adecuado para el uso del espacio, dijo que será necesario filtrar y desinfectar el aire.
Los investigadores también piden que se elaboren y apliquen en todos los países normas nacionales exhaustivas sobre la calidad del aire interior (IAQ). Además, reclaman que esta información esté a disposición del público. Sin embargo, para que esto ocurra, será necesario que muchos más que los científicos comprendan su importancia. “Creo que es necesario que el consumidor y la persona que trabaja en estos espacios interiores empiecen a exigir un cambio“, afirma Miller.