La microbiota es el conjunto de microorganismos como: virus, bacterias y hongos que habitan en todo el organismo, teniendo un rol importante en la salud. Recientes investigaciones han encontrado una relación entre sus componentes y enfermedades como el párkinson, la depresión, el envejecimiento e incluso la forma en que respondemos al Covid-19.
Dentro de ella existe la micobiota (sin r), que hace referencia al análisis de los hongos que forman parte de la microbiota. Casi el 99% de los trabajos científicos se han centrado en el estudio de las bacterias que conforman la microbiota.
Silvana Tapia Paniagua, investigadora en el área de la Microbiología en la Universidad de Málaga, sostiene que la “eliminación de la «r», o micobiota, implica estudiar un grupo menos diverso y abundante que el de las bacterias”. Este grupo constituye entre el 0,1 y el 1 % del total de microorganismos existentes en el ser humano. Sin embargo, asegura que sus propiedades son extraordinarias, pues “los hongos son capaces de producir una alta variedad de sustancias de interés. Además, contribuyen a infinidad de procesos e interacciones biológicas”.
Micobiota y los trastornos neurológicos
Uno de los descubrimientos más sorprendentes que ha generado el estudio de la microbiota fue el que establecía un posible vínculo entre la microbiota intestinal y ciertas alteraciones en el sistema nervioso. De esta forma, “la existencia de un eje entre el cerebro y la microbiota es ya una realidad”, afirma en su artículo en The Conversation.
Explica que la microbiota intestinal está relacionada con el cerebro a través del nervio vago, las citocinas y productos del metabolismo como el triptófano, el GABA y la acetilcolina, que tienen efecto en el sistema nervioso del hospedador. Esta conexión tiene en la mira muchas enfermedades neurológicas como el autismo, alzhéimer o párkinson. Por tanto, asegura que “sospechar que la micobiota pueda tener un papel importante en este tipo de patologías no resulta descabellado”.
Según explica la especialista en microbiología, “los estudios científicos recientes observaron que la micobiota regulaba la expresión de genes en el hipocampo. Así se creaba, de nuevo, un posible eje entre micobiota, intestino y cerebro”.
Por ejemplo, el hongo Candida kefyr es capaz de mejorar los procesos implicados en la encefalomielitis autoinmune al administrarlo en ratones. Sin embargo, también se han detectado infecciones por otras especies de Candida spp, así como presencia de anticuerpos y antígenos en la sangre y en el líquido cefalorraquídeo de pacientes con esclerosis múltiple.
En esta línea, pacientes con esquizofrenia, con síndrome del espectro autista y con síndrome de Rett presentaron disbiosis intestinal y una menor diversidad de hongos comparado con los individuos control. Asimismo, en personas con depresión también se han encontrado diferencias en la diversidad de la micobiota, relacionadas con cambios en las poblaciones del género Candida.
¿Cómo llegan los hongos al cerebro?
La principal hipótesis que han elaborado es que algunos hongos, como Candida, son capaces de experimentar procesos de traslocación bacteriana, es decir, pueden atravesar el intestino hasta alcanzar el torrente sanguíneo.
Además, se han detectado y cuantificado anticuerpos frente a C. albicans en pacientes con esquizofrenia, lo que indica que este hongo había estado de algún modo presente (o lo estaba todavía) en estos individuos. No obstante, estos fueron los resultados de un estudio piloto llevado a cabo con muy pocos pacientes.
“Aún se desconoce cómo el hongo, tras llegar al torrente sanguíneo, produce esos efectos en el sistema nervioso del hospedador. Pero una posibilidad es que Candida sea capaz de inducir a los linfocitos Th17, que pasan a la circulación sanguínea y alcanzan determinadas células del sistema nervioso que están en el cerebro (microglía del hipocampo). Así podría inducir conductas depresivas”, explica.
Por otro lado, hay autores que sugieren que el hongo Candida spp. podría liberar toxinas desde el tracto gastrointestinal hasta el torrente sanguíneo. De esta forma, llegaría hasta algunos componentes del sistema nervioso central, que son fundamentales en el mantenimiento de la integridad de la barrera hematoencefálica (una especie de barrera protectora del cerebro).
En la misma línea, la investigadora explica que también se ha planteado que algunas toxinas producidas por hongos patógenos podrían atravesar la barrera hematoencefálica y desempeñar un papel importante en los mecanismos implicados en la degradación de mielina, sustancia que se encuentra recubriendo parte de las neuronas.
Por último, se propone también la hipótesis de que simplemente la disbiosis bacteriana, causa o consecuencia de la alteración de las poblaciones de hongos, induzca directa o indirectamente un comportamiento depresivo en los pacientes.
Conexión a la inversa: del cerebro al intestino
Pese a estas hipótesis, también se baraja la posibilidad de una comunicación bidireccional entre el cerebro y el intestino a través de moléculas mediadoras, o neuromediadores, que pueden tener un impacto sobre el micobioma.
Por ejemplo, se ha comprobado que el GABA es capaz de aumentar la virulencia y la formación del tubo germinativo (una extensión del hongo) de Candida albicans. En contraposición, la serotonina atenuaría la virulencia de esta levadura.
“Este campo de estudio es relativamente reciente pero ya hace sospechar a los científicos que los hongos del intestino, o micobiota, pueden contribuir a la progresión de las enfermedades que afectan al sistema nervioso”, asegura Tapia.
“Todavía estamos lejos de conocer con profundidad la relevancia de este grupo, sus mecanismos de interacción, vías de comunicación o neurotransmisores capaces de influir en las poblaciones”, explica. Sin embargo, estas líneas ya abren un nuevo camino “que puede aportar conocimiento valioso para el tratamiento y diagnóstico de este tipo de enfermedades”, concluye.