Los pueblos prehistóricos de Europa consumían leche miles de años antes de que los humanos desarrollaran el rasgo genético que nos permite digerir el azúcar de la leche en la edad adulta, según un nuevo estudio publicado en la revista ‘Nature’, que ha trazado un mapa de los patrones prehistóricos de consumo de leche durante los últimos 9.000 años, lo que ofrece nuevas perspectivas sobre el consumo de leche y la evolución de la tolerancia a la lactosa.
Hasta ahora se suponía que la tolerancia a la lactosa había surgido porque permitía consumir más leche y productos lácteos. Pero esta nueva investigación, dirigida por científicos de la Universidad de Bristol y el University College de Londres (UCL), en Reino Unido, junto con colaboradores de otros 20 países, demuestra que el hambre y la exposición a enfermedades infecciosas explican mejor la evolución de nuestra capacidad para consumir leche y otros productos lácteos no fermentados.
Mientras que la mayoría de los adultos europeos de hoy en día pueden beber leche sin sufrir molestias, dos tercios de los adultos del mundo actual, y casi todos los adultos de hace 5.000 años, pueden tener problemas si beben demasiada leche.
Esto se debe a que la leche contiene lactosa, y si no digerimos este azúcar único, viajará a nuestro intestino grueso donde puede causar calambres, diarrea y flatulencia; lo que se conoce como intolerancia a la lactosa. Sin embargo, esta nueva investigación sugiere que en el Reino Unido hoy en día estos efectos son poco frecuentes.
El profesor George Davey Smith, director de la Unidad de Epidemiología Integrativa del MRC en la Universidad de Bristol y coautor del estudio, explica que «para digerir la lactosa necesitamos producir la enzima lactasa en nuestro intestino. Casi todos los bebés producen lactasa, pero en la mayoría de las personas del mundo esa producción disminuye rápidamente entre el destete y la adolescencia».
«Sin embargo –prosigue–, un rasgo genético llamado persistencia de la lactasa ha evolucionado varias veces en los últimos 10.000 años y se ha extendido en diversas poblaciones consumidoras de leche de Europa, Asia central y meridional, Oriente Medio y África. En la actualidad, alrededor de un tercio de los adultos del mundo son persistentes a la lactasa».
Al trazar los patrones de consumo de leche en los últimos 9.000 años, sondeando el Biobanco del Reino Unido, y combinando datos antiguos de ADN, radiocarbono y arqueología mediante nuevas técnicas de modelización informática, el equipo pudo demostrar que el rasgo genético de persistencia de la lactasa no fue común hasta alrededor del año 1.000 a.C., casi 4.000 años después de que se detectara por primera vez en torno a los años 4.700-4.600 a.C.
«La variante genética de la persistencia de la lactasa fue empujada a una alta frecuencia por una especie de selección natural turboalimentada. El problema es que una selección natural tan fuerte es difícil de explicar», añade el profesor Mark Thomas, catedrático de genética evolutiva y coautor del estudio del University College de Londres.
Para determinar cómo evolucionó la persistencia de la lactosa, el profesor Richard Evershed, director del estudio de la Facultad de Química de Bristol, reunió una base de datos sin precedentes de casi 7.000 residuos de grasa animal orgánica procedentes de 13.181 fragmentos de cerámica de 554 yacimientos arqueológicos para averiguar dónde y cuándo se consumía leche.
Sus hallazgos mostraron que la leche se utilizó ampliamente en la prehistoria europea, desde las primeras explotaciones agrícolas de hace casi 9.000 años, pero que aumentó y disminuyó en diferentes regiones en distintas épocas.
Para entender cómo se relaciona esto con la evolución de la persistencia de la lactasa, el equipo de la UCL, dirigido por el profesor Mark Thomas, reunió una base de datos de la presencia o ausencia de la variante genética de la persistencia de la lactasa utilizando secuencias antiguas de ADN publicadas de más de 1.700 individuos prehistóricos europeos y asiáticos.
Lo vieron por primera vez hace unos 5.000 años. Hace 3.000 años ya presentaba frecuencias apreciables y es muy común en la actualidad. A continuación, su equipo desarrolló un nuevo enfoque estadístico para examinar hasta qué punto los cambios en el uso de la leche a lo largo del tiempo explican la selección natural para la persistencia de la lactasa.
Sorprendentemente, no encontraron ninguna relación, aunque pudieron demostrar que podían detectar esa relación si existía, lo que pone en entredicho la opinión sostenida durante mucho tiempo de que la extensión del uso de la leche impulsaba la evolución de la persistencia de la lactasa.
El equipo del profesor George Davey Smith había estado sondeando los datos del Biobanco del Reino Unido, que comprende datos genéticos y médicos de más de 300.000 individuos vivos, y sólo encontró diferencias mínimas en el comportamiento de consumo de leche entre las personas genéticamente persistentes a la lactasa y las no persistentes. Y lo que es más importante, la gran mayoría de las personas genéticamente no persistentes a la lactasa no experimentaban efectos negativos para la salud a corto o largo plazo cuando consumían leche.
El profesor Davey Smith añade que los resultados «demuestran que el consumo de leche estuvo muy extendido en Europa durante al menos 9.000 años, y que los seres humanos sanos, incluso los que no son persistentes a la lactasa, podían consumir leche felizmente sin enfermar».
«Sin embargo, el consumo de leche en individuos no persistentes a la lactasa conduce a una alta concentración de lactosa en el intestino, lo que puede arrastrar líquido al colon, y puede producirse deshidratación cuando esto se combina con una enfermedad diarreica», añade.
En este sentido, subraya que «si estás sano y no tienes lactasa, y bebes mucha leche, puede que experimentes algunas molestias, pero no te vas a morir por ello. Sin embargo, si estás gravemente desnutrido y tienes diarrea, entonces tienes problemas que ponen en peligro tu vida. Cuando sus cosechas fallaban, los pueblos prehistóricos habrían sido más propensos a consumir leche no fermentada con alto contenido en lactosa, exactamente cuando no debían hacerlo», añade.
Para poner a prueba estas ideas, el equipo del profesor Thomas aplicó en sus modelos estadísticos indicadores de hambrunas pasadas y de exposición a patógenos. Sus resultados apoyaron claramente ambas explicaciones: la variante del gen de la persistencia de la lactasa estaba sometida a una selección natural más fuerte cuando había indicios de más hambruna y más patógenos.
Los autores concluyen que el estudio demuestra cómo, en la prehistoria tardía, a medida que crecían las poblaciones y el tamaño de los asentamientos, la salud humana se habría visto cada vez más afectada por las malas condiciones sanitarias y el aumento de las enfermedades diarreicas, especialmente las de origen animal.
«En estas condiciones, el consumo de leche habría provocado un aumento de las tasas de mortalidad, siendo especialmente vulnerables los individuos que carecían de persistencia de lactasa –subraya–. Esta situación se habría agravado aún más en condiciones de hambruna, cuando aumentan las tasas de enfermedad y malnutrición. Esto llevaría a que los individuos que no portaban una copia de la variante del gen de la persistencia de la lactasa tuvieran más probabilidades de morir antes o durante sus años reproductivos, lo que haría aumentar la prevalencia poblacional de la persistencia de la lactasa».
«Parece que los mismos factores que influyen en la mortalidad humana actual impulsaron la evolución de este sorprendente gen a lo largo de la prehistoria», concluye.