Problemas cardiovasculares y su relación con el Covid-19

Hasta la fecha, el Covid-19 y sus consecuencias no están definidas al 100%, pero ya con dos años de pandemia, el mundo médico científico ha logrado estudiar algunos problemas que se han presentado junto con esta enfermedad respiratoria.

Desde el principio el virus SARS-CoV-2 ha sido vinculado con el corazón; incluso algunos médicos han sostenido que el Covid-19 podría ser una enfermedad vascular. Sin embargo, las investigaciones han reportado que este virus puede afectar tanto a los pulmones como al corazón y los vasos sanguíneos. “Nos dimos cuenta desde el principio de que la coagulación desempeñaba un papel importante”, comenta Jeffrey Berger, director del Centro Langone para la Prevención de Enfermedades Cardiovasculares de la Universidad de Nueva York al medio National Geographic.

La coagulación de la sangre en los pacientes con Covid-19 estaba relacionado con el aumento de los ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares. Incluso las autopsias revelaron masas de pequeños coágulos de sangre en lugares que normalmente no se ven, como el hígado y los riñones.

En algunos pacientes, las resonancias magnéticas revelan signos de inflamación meses después que el virus desaparece. Otros siguen teniendo altos niveles de troponina, una sustancia química que se libera en la sangre siempre que hay daño en el músculo cardíaco. Esto se ha visualizado no solo en pacientes con Covid grave, sino que también en pacientes con casos leves e incluso asintomáticos.

“Para mí, no hay duda de que estas personas tienen síntomas reales”, dice James de Lemos, cardiólogo del Centro Médico de la Universidad de Texas Southwest y copresidente del comité directivo del registro de pacientes con enfermedades cardiovasculares con COVID-19 de la organización sin ánimo de lucro American Heart Association. “La pregunta es: ¿hay alguna lesión cardíaca imperceptible que está provocando estos síntomas?”.

COVID-19 en el sistema cardiovascular

A principios de 2020, los médicos notaron que el uso de anticoagulantes aumentaba las posibilidades de supervivencia de los pacientes con casos leves de COVID-19. Sin embargo, según Berger, también quedó claro que los casos de coagulación sanguínea letal requerían más que simples terapias anticoagulantes. “Uno de cada cuatro pacientes seguía muriendo o necesitaba apoyo orgánico”, revela.

Hace unos diez años, los científicos comenzaron a comprender que las plaquetas desempeñan un papel en la promoción de la coagulación y de la inflamación no deseadas en otras enfermedades como el VIH, la psoriasis, el lupus y la artritis reumatoide. Estas pequeñas células sanguíneas redondeadas tienen dentro de sus funciones detener las hemorragias uniéndose a un vaso sanguíneo dañado y formando un coágulo. Con esa información en mente, Berger y un equipo de investigadores comenzaron a investigar qué papel desempeñan las plaquetas en la COVID-19. “Los resultados fueron totalmente inesperados. Era como si algo hubiera cambiado la arquitectura genética de estas plaquetas”, dice Berger.

En un estudio publicado en Science Advances, los investigadores demostraron que el virus puede invadir los megacariocitos. La célula infectada altera entonces el material genético de las plaquetas para que se vuelvan más activas y emitan señales proteicas que hacen el revestimiento de los vasos sanguíneos más pegajoso e inflamado, lo que a su vez hace que los vasos sean propensos a desarrollar coágulos que pueden circular por todo el cuerpo.

Los científicos también han descubierto que el virus debilita las conexiones de los tejidos que recubren los vasos sanguíneos, haciéndolos permeables en lugar de sellarlos, como es de esperar cuando hay coágulos.

“Es como un arma de doble filo”, dice Ben Maoz, ingeniero biomédico de la Universidad de Tel Aviv en Israel, y autor principal de un estudio reciente que identificó las proteínas en SARS-CoV-2 que causan la mayor parte de las lesiones en el revestimiento de los vasos sanguíneos. De alguna manera, afirma, la COVID-19 afecta los vasos sanguíneos “con una acción doble y opuesta”.

Los vasos permeables permiten que la sangre y otras sustancias químicas corporales circulen hacia áreas que no deberían -incluidos los alvéolos pulmonares y los tejidos de otros órganos. Esto puede producir una variedad de efecto cascada, como el edema pulmonar que se observa en muchos casos graves de COVID-19 y complicaciones en el hígado, en los riñones y en el corazón.

Síntomas post covid

La comunidad médica no está segura si esta lesión de los vasos sanguíneos está relacionada con síntomas cardiovasculares persistentes en pacientes recuperados de COVID-19. Maoz indica que el virus causa daños de muchas formas complejas que son difíciles de desentrañar. Además, los médicos siguen viendo signos de daño en el tejido cardíaco, como miocarditis, inflamación del músculo cardíaco o niveles altos de troponina, meses después de la hospitalización por el SARS-CoV-2.

Berger explica que es común que un virus que causa una inflamación tan grave tenga consecuencias residuales después de la recuperación, especialmente entre los pacientes con casos moderados o graves que necesitaron hospitalización. Sin embargo, lo preocupante es que algunos pacientes con casos asintomáticos, leves o moderados (incluidos los niños) también tengan pruebas similares de daño cardíaco.

Es más, cada vez hay más pruebas que sugieren que la miocarditis causada por el COVID-19 es más rara de lo que se creía inicialmente. En septiembre, un estudio del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de los EE. UU. demostró que el riesgo de miocarditis es casi 16 veces mayor en los pacientes con COVID-19 que en otras personas. Pero el estudio concluyó que este cuadro clínico es poco común en ambas poblaciones y que el riesgo de miocarditis causada por COVID-19 es solo del 0,146%. Lemos afirma que la lesión también se cura en unos meses. “La mayoría de estos corazones se ven bastante normales cuando se reevalúan durante el seguimiento”, dice.

Por su parte, Amanda Verma, cardióloga en la clínica del Síndrome Post-COVID-19 de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en St. Louis, dice que algunos pacientes llegan con dolor en el pecho, pero sus pruebas de esfuerzo son normales. Otros se quejan de palpitaciones, pero cuando están equipados con monitores de frecuencia cardíaca, sus ritmos cardíacos parecen normales. Aun así, Verma advierte que estas pruebas no revelan todo.

“Con un examen un poco más profundo, se observa que el patrón de la frecuencia cardíaca no es tan normal”, señala. Si bien se espera que la frecuencia cardíaca de una persona aumente al caminar, no es normal que la frecuencia cardíaca de los pacientes atléticos más jóvenes salte de 60 a 120 con solo una caminata por una habitación o para dormir.

Según Verma, este aumento anormal sugiere una disfunción provocada por el COVID-19 en el sistema nervioso autónomo, las vías de las células nerviosas que controlan automáticamente funciones vitales como la respiración y los latidos del corazón. Es una respuesta evolutiva de “lucha o huida” que permite que su organismo funcione sin tener que ser instruido conscientemente. Para los pacientes con síntomas persistentes de COVID-19, este sistema parece estar desregulado.

Los científicos aún no entienden cómo el COVID-19 podría estar causando este tipo de disfunción. Algunas hipótesis sugieren que podría ser el resultado de una reacción inflamatoria excesiva del cuerpo al virus, o quizás incluso podría estar relacionado con las hormonas sexuales, ya que las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de convertirse en pacientes con síntomas persistentes de COVID-19. En cualquier caso, la imposibilidad de concretar el síndrome dificulta que las aseguradoras cubran los tratamientos médicos, algo desconcertante para los pacientes, que sienten que sus síntomas no se toman en serio.

“Es increíblemente frustrante para los pacientes que sufren estos síntomas porque no obtienen respuestas”, explica Lemos. “De alguna manera, validar la existencia de síntomas es el primer paso. Esta es una enfermedad real que simplemente aún no se comprende”.

Estudios para mejorar la salud cardiaca relacionado al Covid

Los investigadores han logrado avances en la identificación de tratamientos que pueden reducir la gravedad del COVID-19 y, en última instancia, mejorar los resultados cardiovasculares. Berger y su equipo están estudiando fármacos que se dirigen a las plaquetas para evitar que se activen y provoquen la coagulación.

Por su parte Maoz y su equipo han identificado las cinco proteínas del virus que más daño causan al revestimiento de los vasos sanguíneos. Están probando un modelo que les permitirá a los investigadores identificar proteínas que causan daño en otras partes del cuerpo. Este conocimiento molecular contribuirá al desarrollo de fármacos que pueden evitar que proteínas específicas interfieran en los vasos sanguíneos y causen enfermedades graves.

“Es increíble cómo hemos sido capaces de adaptarnos y responder a preguntas fundamentales en tan poco tiempo”, dice Berger. “La velocidad de la ciencia ha mejorado drásticamente”. Sin embargo, reconoce que ninguno de estos posibles fármacos capaces de evitar que las plaquetas se coagulen o interfieran en los vasos sanguíneos por las proteínas del virus ayudará a las personas que ya tienen síntomas persistentes de la COVID-19. Para ello, los científicos deberán descubrir qué desencadena esta compleja plétora de síntomas.

A principios de este año, los Institutos Nacionales de Salud de los EE. UU. pusieron en marcha una iniciativa de investigación colaborativa que apoyará estudios a gran escala en niños y adultos con “COVID prolongada”. Verma dice que los médicos que se especializan en casos de pacientes con síntomas persistentes de COVID-19 están comenzando a encontrar tratamientos, como recetar medicamentos antiinflamatorios para el dolor en el pecho y betabloqueantes para reducir la presión arterial en pacientes con frecuencia cardíaca incontrolada. Incluso el ejercicio físico —cuando se supervisa y se estructura cuidadosamente para no agravar la fatiga— puede ser beneficioso.

También hay informes de que los síntomas persistentes de la COVID-19 pueden desaparecer con el tiempo, aunque pueda llevar entre un año y 18 meses. Verma señala que ha podido eliminar la medicación de algunos de sus pacientes, y muchos de los que no se han recuperado por completo terminan sintiéndose mejor después del tratamiento. “La gran pregunta es si esto afectará su salud dentro de 10 o 15 años”, reflexiona.

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